Cuando te presentan a alguien, entre las preguntas recurrentes que suelen
hacerte es “¿De dónde eres?”. Generalmente cuando soy yo el interrogado, vacilo
un poco antes de responder “Veracruz” sin dar más detalles.
Y es que ¿saben? Puedo ser muy aprensivo con las personas,
pero con lo lugares algo me pasa, no he encontrado un sentimiento de pertenencia
real en ningún lugar donde he vivido. Claro, tampoco es para menos.
Nací en Xalapa, y podría decir “solamente nací ahí” porque
nunca residimos ahí como familia. La familia de mi madre sí es oriunda de la
capital del estado, mi padre estudió ahí la carrera de contaduría, ahí se
conocieron mis padres, pero esa es otra historia. El punto es que salvo por
referencias sé que los primeros años vivimos entre Soledad y Tierra Blanca por
el trabajo de papá; mi madre sólo fue a Xalapa para parirme ahí (como lo hizo
con 4 de 5 partos).
Se podría decir que soy xalapeño por nacimiento, pero la
realidad es que ni siquiera se moverme bien a bien en esa ciudad, salvo por las
vacaciones en casa de mi abuela materna y algunas fiestas con ese lado del árbol
familiar, no tuve mayor relación con Xalapa.
Hasta donde puedo recordar mi infancia transcurrió en Fortín
de las Flores, una ciudad pequeña y bien
urbanizada, tranquila, un lugar que le hacía honor a su nombre, pues todo
estaba rodeado de flores en parques, viveros y jardines. Creo que fui un niño
bastante tranquilo, nada extraordinario, tome clases de música y pintura, jugué
con mis vecinos, antes del divorcio de mis padres era muy común salir en
familia a comer o hacer las compras en Córdoba, que actualmente está conurbada
con Fortín, o a Orizaba, ciudades coloniales muy cercanas y centros
industriales del estado en esa época. Me sigue pareciendo un lugar hermoso,
sobre todo por su clima, siempre fresco; pero salvo mi madre y mi hermano, no
hay nada que me haga sentir un vínculo con la ciudad. Definitivamente no soy fortinense.
A los 12 me fui a vivir con mis abuelos paternos, a un
pueblo llamado Soledad de Doblado. Aunque solía pasar los veranos ahí, ir al
rancho de mi abuelo, comer los mangos de huerta, el queso hecho en casa, no es
lo mismo disfrutar tus vacaciones en el campo a vivir en un pueblo pequeño. Lo
primero que odie de Soledad fue el calor, conocí la migraña ya estudiando la
secundaria. Salvo el inconveniente de vivir sintiendo que la cabeza te estalla,
los tres años de secundaria no los pase mal, el pueblo cada vez me gustaba
menos, pero el cariño de mis abuelos lo compensaba, pase ese periodo entre la
pubertad y la adolescencia rodeado de buenos amigos, trabajando con mi abuelo
en la tienda, ayudando a mi abuela en casa, me gustaba mi escuela, era muy
pequeña y estaba en un caserón del siglo XIX que en algún momento fue la cárcel
municipal, tenía gruesos muros de piedra y nos hacíamos historias de emparedados
para asustarnos. Fue una etapa muy sana y estable en mi vida.
Pero para la preparatoria el pueblo me resultaba horrible,
odiaba estar ahí, odiaba el calor y la migraña, con realmente pocos compañeros
de mi ñoñisimo colegio católico simpatizaba. Mis abuelos fueron mi balance, y
lo único que realmente me ilusionaba era comenzar la universidad para salir de
ese lugar.
¿Qué clase de pueblo se llama Soledad? En esa etapa comencé
a pensar que vivir en un lugar llamado así sólo te garantizaba aislarte, estar
solo. Ahí comenzaron las depresiones y el deseo incontrolable de largarme,
mientras más lejos mejor. Creo que salvo los afectos familiares y algunos
(pocos) amigos, nada más me hace pensar siquiera en volver.
La universidad la estudie en Veracruz, en una universidad
prestigiada, creo que fue la etapa que más disfrute; conviví con gente muy afín
en intereses, en un ambiente de camaradería, disfruté mucho la vida nocturna de
la conurbación Veracruz – Boca del Río. En la universidad tome el taller de
creación literaria y desarrollé el gusto por escribir, siempre escribir. Tuve
mis primeras experiencias laborales en el puerto, me gustaba el centro histórico,
la zona hotelera, las plazas comerciales. Me encantaba estar ahí. El único pero
que le encontraba a vivir ahí era el clima, con el calor, la humedad y el
salitre pasaba los días entre alergia y migraña. Pero la noche era mía, para
salir con mis amigos y disfrutar todo. Me siento veracruzano, pero lo cierto es
que esa etapa, que duro un postgrado y dos contratos laborales se terminó
cuando la salud de mi abuelo se deterioró tuve que volver a Soledad.
Pasé un año tristísimo dependiendo de mi abuela hasta para
comprar cigarros, me deprimí tanto, verme como un posgraduado atendiendo detrás
de un mostrador me dolía, no tan lejos de mis amigos, pero nunca disponible
porque había que hacer algo en casa.
Aunque ya había probado la marihuana, comencé a usarla más
frecuentemente y tomaba siempre que había oportunidad. No recriminaba a mis
abuelos por la situación, pero en el fondo no comprendía porque habían decidido
afincarse en un pueblo tan gris con Soledad.
Intenté probar suerte, y pase una temporada corta en Ciudad
de México, tomé un empleo en una casa de bolsa, no me fue bien, nada bien en lo
laboral, pero la ciudad me fascinó, desde entonces estoy enamorado del DF, me
encantaría vivir allí, pero por alguna razón, los planes se me han frustrado.
Amo la Ciudad de México.
Regresé unos meses a Soledad, mi abuelo estaba cada vez
menos lúcido, caí en depresión nuevamente, ahora tomaba más, siempre a
escondidas, no quería que mi abuela me viera alcoholizado, por lo que amanecía
por lo regular fuera de casa. Llego la desesperación, decidí irme a Atlanta,
pero los planes nuevamente no se dieron en el último momento (por situaciones
que no quiero explicar realmente).
El día siguiente de cancelada la salida simplemente dije: me
voy. Alguien me habló de las oportunidades de empleo en Reynosa y me lancé a la
aventura hace 8 años. Mi abuelo murió sólo unos meses después de que llegué. Reynosa
ha resultado ser un parte aguas en mi vida, es un lugar que me causas
sentimientos encontrados, no estoy seguro de querer irme de aquí, pero sé que
tampoco quiero estar mucho tiempo más.
Y no me malinterpreten, quiero a esta
ciudad, creo que si pongo las cosas en la balanza ha sido más favorable lo que he vivido aquí, pero
lo cierto es que aunque mi credencial de elector diga que soy reynosense, que
en el censo cuente como tamaulipeco, en el fondo, sé que no soy de aquí.
¿Será acaso que sólo soy un apátrida?
3 comentarios:
Siempre hay lugares que nos marcan la vida por siempre, algunos nos atraen mas que otros, pero en cierto momento debemos volver, tan solo para saber que formamos parte de algun lugar, por breve que sean los momentos ahí queda algo de uno mismo. Un abrazo Mike. Tu amigo Artigas
Tenías que haber titulado el post: "Entre Soledad y Tierra Blanca"
Hoy has compartido mucho de ti, gracias.
^_~
Sólo fluyó...
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