domingo, octubre 20, 2013

¿De dónde soy? (No, no es un texto filosófico).

Cuando te presentan a alguien,  entre las preguntas recurrentes que suelen hacerte es “¿De dónde eres?”. Generalmente cuando soy yo el interrogado, vacilo un poco antes de responder “Veracruz” sin dar más detalles.

Y es que ¿saben? Puedo ser muy aprensivo con las personas, pero con lo lugares algo me pasa, no he encontrado un sentimiento de pertenencia real en ningún lugar donde he vivido. Claro, tampoco es para menos.

Nací en Xalapa, y podría decir “solamente nací ahí” porque nunca residimos ahí como familia. La familia de mi madre sí es oriunda de la capital del estado, mi padre estudió ahí la carrera de contaduría, ahí se conocieron mis padres, pero esa es otra historia. El punto es que salvo por referencias sé que los primeros años vivimos entre Soledad y Tierra Blanca por el trabajo de papá; mi madre sólo fue a Xalapa para parirme ahí (como lo hizo con 4 de 5 partos).

Se podría decir que soy xalapeño por nacimiento, pero la realidad es que ni siquiera se moverme bien a bien en esa ciudad, salvo por las vacaciones en casa de mi abuela materna y algunas fiestas con ese lado del árbol familiar, no tuve mayor relación con Xalapa.

Hasta donde puedo recordar mi infancia transcurrió en Fortín de las Flores, una ciudad pequeña y  bien urbanizada, tranquila, un lugar que le hacía honor a su nombre, pues todo estaba rodeado de flores en parques, viveros y jardines. Creo que fui un niño bastante tranquilo, nada extraordinario, tome clases de música y pintura, jugué con mis vecinos, antes del divorcio de mis padres era muy común salir en familia a comer o hacer las compras en Córdoba, que actualmente está conurbada con Fortín, o a Orizaba, ciudades coloniales muy cercanas y centros industriales del estado en esa época. Me sigue pareciendo un lugar hermoso, sobre todo por su clima, siempre fresco; pero salvo mi madre y mi hermano, no hay nada que me haga sentir un vínculo con la ciudad. Definitivamente no soy fortinense.

A los 12 me fui a vivir con mis abuelos paternos, a un pueblo llamado Soledad de Doblado. Aunque solía pasar los veranos ahí, ir al rancho de mi abuelo, comer los mangos de huerta, el queso hecho en casa, no es lo mismo disfrutar tus vacaciones en el campo a vivir en un pueblo pequeño. Lo primero que odie de Soledad fue el calor, conocí la migraña ya estudiando la secundaria. Salvo el inconveniente de vivir sintiendo que la cabeza te estalla, los tres años de secundaria no los pase mal, el pueblo cada vez me gustaba menos, pero el cariño de mis abuelos lo compensaba, pase ese periodo entre la pubertad y la adolescencia rodeado de buenos amigos, trabajando con mi abuelo en la tienda, ayudando a mi abuela en casa, me gustaba mi escuela, era muy pequeña y estaba en un caserón del siglo XIX que en algún momento fue la cárcel municipal, tenía gruesos muros de piedra y nos hacíamos historias de emparedados para asustarnos. Fue una etapa muy sana y estable en mi vida.

Pero para la preparatoria el pueblo me resultaba horrible, odiaba estar ahí, odiaba el calor y la migraña, con realmente pocos compañeros de mi ñoñisimo colegio católico simpatizaba. Mis abuelos fueron mi balance, y lo único que realmente me ilusionaba era comenzar la universidad para salir de ese lugar.

¿Qué clase de pueblo se llama Soledad? En esa etapa comencé a pensar que vivir en un lugar llamado así sólo te garantizaba aislarte, estar solo. Ahí comenzaron las depresiones y el deseo incontrolable de largarme, mientras más lejos mejor. Creo que salvo los afectos familiares y algunos (pocos) amigos, nada más me hace pensar siquiera en volver.

La universidad la estudie en Veracruz, en una universidad prestigiada, creo que fue la etapa que más disfrute; conviví con gente muy afín en intereses, en un ambiente de camaradería, disfruté mucho la vida nocturna de la conurbación Veracruz – Boca del Río. En la universidad tome el taller de creación literaria y desarrollé el gusto por escribir, siempre escribir. Tuve mis primeras experiencias laborales en el puerto, me gustaba el centro histórico, la zona hotelera, las plazas comerciales. Me encantaba estar ahí. El único pero que le encontraba a vivir ahí era el clima, con el calor, la humedad y el salitre pasaba los días entre alergia y migraña. Pero la noche era mía, para salir con mis amigos y disfrutar todo. Me siento veracruzano, pero lo cierto es que esa etapa, que duro un postgrado y dos contratos laborales se terminó cuando la salud de mi abuelo se deterioró tuve que volver a Soledad.

Pasé un año tristísimo dependiendo de mi abuela hasta para comprar cigarros, me deprimí tanto, verme como un posgraduado atendiendo detrás de un mostrador me dolía, no tan lejos de mis amigos, pero nunca disponible porque había que hacer algo en casa.

Aunque ya había probado la marihuana, comencé a usarla más frecuentemente y tomaba siempre que había oportunidad. No recriminaba a mis abuelos por la situación, pero en el fondo no comprendía porque habían decidido afincarse en un pueblo tan gris con Soledad.

Intenté probar suerte, y pase una temporada corta en Ciudad de México, tomé un empleo en una casa de bolsa, no me fue bien, nada bien en lo laboral, pero la ciudad me fascinó, desde entonces estoy enamorado del DF, me encantaría vivir allí, pero por alguna razón, los planes se me han frustrado. Amo la Ciudad de México.

Regresé unos meses a Soledad, mi abuelo estaba cada vez menos lúcido, caí en depresión nuevamente, ahora tomaba más, siempre a escondidas, no quería que mi abuela me viera alcoholizado, por lo que amanecía por lo regular fuera de casa. Llego la desesperación, decidí irme a Atlanta, pero los planes nuevamente no se dieron en el último momento (por situaciones que no quiero explicar realmente).

El día siguiente de cancelada la salida simplemente dije: me voy. Alguien me habló de las oportunidades de empleo en Reynosa y me lancé a la aventura hace 8 años. Mi abuelo murió sólo unos meses después de que llegué. Reynosa ha resultado ser un parte aguas en mi vida, es un lugar que me causas sentimientos encontrados, no estoy seguro de querer irme de aquí, pero sé que tampoco quiero estar mucho tiempo más. 

Y no me malinterpreten, quiero a esta ciudad, creo que si pongo las cosas en la balanza ha sido más favorable lo que he vivido aquí, pero lo cierto es que aunque mi credencial de elector diga que soy reynosense, que en el censo cuente como tamaulipeco, en el fondo, sé que no soy de aquí.


¿Será acaso que sólo soy un apátrida?



No somos de aquí by Julieta Venegas on Grooveshark

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre hay lugares que nos marcan la vida por siempre, algunos nos atraen mas que otros, pero en cierto momento debemos volver, tan solo para saber que formamos parte de algun lugar, por breve que sean los momentos ahí queda algo de uno mismo. Un abrazo Mike. Tu amigo Artigas

315517 dijo...

Tenías que haber titulado el post: "Entre Soledad y Tierra Blanca"

Hoy has compartido mucho de ti, gracias.

^_~

Mike dijo...

Sólo fluyó...

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