El día que yo muera,
Dejen mi cuerpo en el monte,
Que los zopilotes hagan carroña de mí.
O en mí último aliento,
Tirenme a una laguna repleta de cocodrilos,
Dejenlos llevarme al fondo,
Que en el cieno del fondo me pudra,
Y que ese desecho alimente a los reptiles.
Dejenme bajo un árbol,
Desintegrarme,
Reintegrarme a la tierra,
Dejenme nutrir la tierra, que la maleza me absorba
Y tener así una vida nueva.
Que las hienas me devoren,
O los gatos monteses o lo lobos.
Eviten los rezos y las lágrimas acostumbradas,
Evitenme el velorio, porque sé que me aburriré,
No hagan ceremonias ni publiquen esquelas,
Sólo quémenme en una montaña
Y que el viento se encargue de mis cenizas.
Hagan lo que les de su chingada gana de mi cuerpo,
Pero no me encierren en una caja
Que guardará esos restos mío,
Inútiles y nauseabundos,
Sin más que hacer que probarme que en realidad nunca fui
claustrofóbico
Pero no tengo paciencia para la eternidad.
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