(Imagen del Club de peceros) |
Regresé a casa en al autobús que va de las fábricas al
centro; mi auto estaba descompuesto. Me vi apretujado en medio del olor a sudor
que caracteriza a los obreros, sus rostros grises y uniformes desgastados.
No alcancé asiento, conforme avanzaba era inevitable chocar
contra ellos, indiferentes, acostumbrados a ser transportados como ganado.
Una pareja llamó mi atención, estaban sentados al lado, era
muy jóvenes; ella delgada, morena, tenía una sonrisa prodiga. Él, con el cuerpo
marcado por el trabajo duro. Gente ordinaria de estatura promedio; no hablaban,
sólo se besaban. Para ellos sobraban el mundo y sus palabras.
(Este mini-relato no fue seleccionado en una convocatoria, por lo que no tengo empacho en compartirlo en el blog)
1 comentario:
Qué lindo cuando te sobra el mundo y las palabras. Para nada ordinario, más bien extraordinario.
ñ_ñ
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